jueves, 13 de septiembre de 2012

Las cacerolas porteñas

  
Estoy escuchando, en las calles revolucionarias de Almagro, bocinas y cacerolas. Era de esperarse, vivo en la ciudad en la que Macri fue reelecto con un 60 por ciento. Buenos Aires, esa ciudad con ese no se qué de intolerancia, racismo e indignación ante los televisores. Dice García Marquez que el adejtivo que no da vida, mata. Algo de eso sucede con las consignas de la manifestación que han fogoneado los medios de la derecha, Cecilia Pando, De Narváez, entre otras joyas republicanas. La adjetivación histérica. El Anses "vacío". Negros "vagos". Yegua "corrupta". Twitteros K "falsos". También inventaron nuevos adjetivos, como el genial "KK". De esta minoría intensa no se si me inquieta más su odio o su levedad. Les sobra odio, pero les faltan argumentos. La culpa siempre es del Otro. De los bonaerenses que se vienen a atender a los hospitales porteños. De los inmigrantes que nos sacan el trabajo. De los beneficiarios de la asignación universal porque, según estos patriotas, son mantenidos con "sus impuestos". ¿Habrán leído alguna vez el artículo 14 bis de la Constitución?
¿Sabrán lo que es la Constitución? ¿Y la declaración de los derechos del niño? ¿Saben que la Asignación Universal asegura vacunas y escolaridad para los pibes menos beneficiados por un sistema que es por naturaleza injusto? ¿Cómo se puede estar en contra de algo así? Sólo siendo un canalla, un miserable. El odio a los sectores populares. Qué la culpa de todo la tenga el Otro no es nuevo, algo así fue lo que planteó un tal Adolf al respecto de cierta "raza inferior". ¿Les suena? Su problema, su imposiblidad, es que desde el odio es imposible construir una alternativa. No hay una propuesta antagonista seria. Porque todo se limita a la queja furibunda y vacía. Hay más Mickys Vainillas de lo que imaginamos. Es la misma tensión que se repita ciclicamente en la Argentina. El pueblo y el antipueblo. Los que quieren que todos tengan las mismas oportunidades y los que naturalizan el privilegio de las clases más acomodadas. Y están aquellos de clase media que se identifican con la clase alta. Creen que tienen sus mismos intereses. No lo niego, esa ilusión da cierta ternura. Pero la broma (negra) es que al final del juego, la clase alta les suelta la mano. Como siempre pasó. Y ahí implorarán por el regreso a Keynes que les permita volver a consumir como antes. Lo importante es estar siempre quejándose, gritando, golpeando la cacerola, no vaya a ser cosa que tengan que estar un rato consigo mismos. Se entiende, debe ser un encuentro demasiado desagradable como para no evitarlo por todos los medios.

lunes, 20 de agosto de 2012

El hijo bobo de Sartre

 
"Sartre no tiene marido, Sartre no tiene mujer, pero tiene un hijo bobo que se llama..."
Los existencialistas del tablón
 
 
El hijo bobo de Jean Paul está tomando una cerveza, solo, en un bar de San Telmo. Se imagina en Bouville, en la escena que Antoine Roquentin, el personaje de La Náusea, comprende el absurdo de la existencia mientras bebe cerveza en una cantina. Pero lo que en realidad le sucede es que le pegó mal el faso paraguayo que le consiguió el wachiturro del ciber de al lado de su casa. Va a San Telmo porque piensa que, en Buenos Aires, es lo más parecido que puede encontrar a las calles parisinas. Su sueño es conocer París algún día y radicarse allí como un escritor que escribe con nostalgia de las calles porteñas que lo vieron vivir verdaderas hazañas. Aunque lo más cercano que vivió a una hazaña fue la vez que no se presentó a un parcial de la facultad por considerar reaccionaria a la bibliografía seleccionada por la cátedra.

El hijo bobo de Sartre está enamorado de una chica que escribe poesías en un blog. Él las comenta con un usuario anónimo. A la chica sólo la conoce por una foto en la que se la ve de lejos, pero está convencido de conocer su alma y amarla por eso.

Si fuera un adolescente, sería Emo.

El hijo bobo de Sartre critica el materialismo extremo del hijo bobo de Marx, pero en el fondo lo envidia.

Ama los días grises y lluviosos. Odia las multitudes felices.

Termina su cerveza, ya está borracho. Sale a caminar y se regodea pensando en la Nada. Se le cruza por la cabeza que Sartre tuvo la suerte de conocer al Che Guevara y supone que quizá él debiera conocer a algún personaje revolucionario de nuestros días. Hace una lista mental y entiende que hoy no hay nadie realmente revolucionario. Aunque de todas maneras podría sacarse una foto fumando un habano con Jorge Altamira. Sí, sin dudas esa foto sería todo un éxito en su facebook.

El hijo bobo de Sartre tiene muy en claro que la existencia precede a la esencia, eso de que un cobarde puede siempre transformarse en héroe y un héroe puede fácilmente convertirse en cobarde. Por eso mismo es que tiene la íntima certeza de que muy pronto dejará de ser un Loser.
 

viernes, 15 de junio de 2012

Superyó Under




Si Superyó Under tuviera un rostro, bien podría ser el de Enrique Symns. Superyó Under hace que te tiemble la mano durante el zapping, cuando te detenés más de dos minutos en algún programa que pueda ser considerado del mainstream. En realidad, Superyó Under lucha porque te desprendas de la TV, ese verdadero opio de los pueblos, herramienta del sistema para adormecer nuestras conciencias potencialmente revolucionaras. A Superyó Under le gustaría que fueras vegetariano, pero eso sí, no se te ocurra dejar el alcohol o las drogas. Especialmente las drogas. Todo sea por vivir experiencias no ordinarias, como dice el Indio Solari. Superyó Under te hará regalar la ropa de marca que tengas, o en su defecto archivarla para no volver a usarla jamás. Superyó Under tiene aliados como Superyó Progre o Superyó Trosko pero también tiene un enemigo letal: Superyó Careta.

Superyó Under está confundido con respecto a bares del estilo La Casona, a veces piensa que es un lugar alternativo, pero otras veces piensa que es un bar careta disfrazado de under, y eso, para Superyó Under, es peor que ir a bailar a Terrazas del Este en Costa Salguero. A Superyó Under le gustaría que tengas una novia que estudie alguna carrera humanística en la UBA y se movilice siempre en bicicleta. Superyó Under no cree en el casamiento, ni en la familia, ni en la navidad, ni en los créditos hipotecarios. Dejarte la barba es un muy buen gesto simbólico para contentar a Superyó Under. Mientras más larga y desprolija, mejor.

Superyó Under es feliz en Maldita Ginebra.

Puede parecer extraño, pero a Superyó Under no le disgusta que utilices Facebook y otras redes sociales. Es que gracias a estas redes uno puede enterarse de movidas alternativas y conocer gente cuyo Superyó Under está más fortalecido y desarrollado que el nuestro. Gente de la que hay mucho que aprender.

Superyó Under te hará sentir una culpa insoportable cada vez que:
  • Te fanatices con ese circo ideado para estupidizar a las masas que es el fútbol.
  • Vayas a la feria del libro careta.
  • Consideres leer un Best Seller.
  • Compres algo con tu tarjeta de crédito.
  • Tomes un café en Starbucks.
  • Comas una hamburguesa en Mc Donalds.
  • Entres a un shopping.
  • Asistas a un recital esponsoreado por grandes grupos econonómicos, como el Quilmes Rock o el Personal Fest.

 Superyó Under no va a detenerse hasta que la pulsión indie arrase con tu existencia.