sábado, 8 de octubre de 2011

A la noche

Lo indecible es un premio que se gana a la noche. Conviene aclarar que hay que estar formidablemente predispuesto, despojado, porque la libertad es un estado de despojo, por eso no se posee, se encuentra en el vacío. A la noche, cuando se caen las mascaras más obvias, más patéticas, quedan algunas, pero las que quedan tienen algún rasgo interesante, algún aire enigmático que es capaz de  sacudir ese letargo tan característico de esta era, esa hipócrita que hace gala de veloz y vertiginosa. Entonces el confort se transforma en un estado de alerta,  salvaje y furioso; el iceberg se derrite, un volcán acaba de estallar en sus entrañas. Los límites se desvanecen en una imagen tan difusa y lejana que resulta imposible advertirlos, sólo es posible ignorarlos y seguir adelante. A la noche, cuando nos encontramos los fundamentalistas del goce, reconociéndonos en la mirada colmada, percibiéndonos en nuestro andar extraviado. Cuando nos juntamos para organizar un caos o programar un desastre. Nosotros, los cooptados por el deseo, los idiotas, los irresponsables, los invisibles, los que coqueteamos con la locura y nunca nos da bola. A la noche, cuando la finitud entra en escena y nos enteramos de lo efímero, ahí es que se nos planta el pánico, pero no le aceptamos el mano a mano, le servimos un trago, brindamos con él, nos hacemos amigos, lo emborrachamos y lo transformamos en un ser inéditamente agradable. Luego llegará el amanecer, con sus dolores, sus culpas, sus malas noticias…pero falta tanto todavía.