sábado, 28 de mayo de 2011

Clientelismo emocional


He sido cooptado.   

No fueron planes sociales. Ni un chori. Ni guita.

Este tipo de clientelismo se les escapa a los agudos, perspicaces, inmaculados defensores de la república y sus sagradas instituciones.

Más allá de su infinidad de logros en la realidad efectiva, ellos lograron cooptar mi costado más visceral. Por su culpa tengo que soportar que algunos me carguen en las espaldas el mote de fanático, lo cual es algo bastante lógico porque para alguien que vive moderando emociones, cualquier pequeño desborde emocional puede ser tomado como fanatismo.
Se equivocan fiero y los compadezco. Porque  alguien que no puede sentir lo que yo siento cuando esa mujer da un discurso así, se está perdiendo demasiado, ni más ni menos que la Historia.

No, no me compraron con dádivas. Fueron hechos acompañados por el poder arrollador de los símbolos. Fue el juicio y castigo con Néstor pidiendo que bajen el cuadro de Videla. Fue el punto final a la mentira agromediática con el Bicentenario colmado de Pueblo. Fueron mis lágrimas espejadas en millones cuando despedimos al tipo que nos hizo volver a creer que es posible, que al Poder se le pueden poner límites y hasta mojarle la oreja si nos lo proponemos. Es que, carajo, nos dimos cuenta de que, después de tanta desolación, existía un Nosotros capaz de transformar lo que parecía dado e inmodificable.

El escepticismo sarlista me acusará de haber comprado la impostura, de haber caído en las redes del cálculo utilitario de una mente maquiavélica. Sucede que todo esto los excede y un  mecanismo fácil y rápido de escape es reducir todo a una subestimación del que ve algo que vos no podés por sufrir una triste ceguera histórica, con el agregado del argumentazo de que todo es, en realidad, una gran mentira que sólo puede ser visualizada por una elite bienpensante iluminada por el espíritu santo, neutral y objetivo de la BBC.

Lo que se están perdiendo muchachos.

lunes, 23 de mayo de 2011

Apología del Rocky Life Style



Aguantar en el ring hasta el último minuto es ganar. No importa lo que digan los jueces, los de afuera,  ni el puntaje que den desde su subjetividad. Ponerse de pie y llegar hasta el final es noquear al adversario más fiero: a uno mismo. 
Lo bueno si simple, dos veces bueno. Rocky es un tipo sencillo, humilde, que tiene la admirable capacidad de disfrutar de lo simple de la vida sin enroscarse en cuestiones abismo-existenciales. 
La vida no es un cuento de hadas, es más bien uno de Poe, pero posmoderno, sin relato, por ende sin sentido. Sin embargo se le pueden pegar un par de buenas trompadas y dejarla groggy por un rato. Esos instantes son los que llamamos Felicidad.  
Serás lo que debas ser o no serás nada. Rocky intenta retirarse varias veces en la zaga, siempre sin éxito . Ante el ruego de Adrian por que abandone el boxeo le responde: "No podemos cambiar lo que somos". Por más que tenga millones y una vida asegurada hay algo que late en su interior y lo incomoda intensamente, una bestia enjaulada que ruge por escapar. Tanto es así que en Rocky 6 (la mejor después de la 1), decide volver a subirse al ring con más de cinco décadas encima. La razón para el regreso que le da Polly, el hermano de la ya difunta Adrian,  es bien gráfica: "Todavía tengo cosas en el sótano".    
Es la mística, estúpido. Tanto Tommy Gunn, en Rocky 5, como Mason Dixon en Rocky 6, son campeones que el público no termina de aceptar. Parecen carecer de eso que llaman corazón, del espíritu de lucha que caracteriza a quienes son capaces de emocionar hasta las lágrimas por sus hazañas deportivas. Sus victorias con categóricas, pero no conmueven. Cualquier similitud con lo que sucede cuando se quiere comparar a Maradona con Messi es pura coincidencia. 
El poder de la música. Bill Conti se zarpa con la banda sonora. Está claro que Rocky no sería lo que es sin temas como Overture, Conquest o Going the distance. Himnos que pueden transformar la temperatura hasta de los pechos más gélidos.  
Tango. Hay pocos personajes en la historia del cine que apelen tanto a la nostalgia como Rocky. La vuelta al viejo barrio, la azorada contemplación de lo que ya dejo de ser, los constantes recuerdos hacia los que ya no están. Vivió y luchó en Filadelfia, pero bien podría haber sido un boxeador surgido del sur de la ciudad Buenos Aires, y vaya si su historia hubiese inspirado a más de un tanguero para escribirle una letra. 
Menos Prozac y más Rocky. Si vienen medio fané por la cuestión que sea y necesitan una inyección de furia, háganme caso y castíguense un buen rato con Rocky. Como ya dije antes, recomiendo especialmente la I y la VI. 


Para el final una de mis escenas favoritas, en donde Rocky le enseña al hijo, básicamente, de que se trata esto de vivir: